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Por Homero Aridjis
(Ninguna)
(27 Marzo 2005).- Con el fin de la Semana Santa presuntamente terminan las comidas ilegales donde la sopa y la carne de tortuga marina son los platos mayores de los mexicanos en Baja California y algunas ciudades estadounidenses con poblaciones mexicanas como Phoenix, Tucson, San Diego y Los Ángeles. Por lo visto, violando leyes nacionales e internacionales, continúa el comercio transfronterizo de estas especies.
En el noroeste de México persiste la costumbre de comer carne de tortuga. Asimismo, prosigue el consumo de huevos de tortuga en las costas del Pacífico y en los mercados del Distrito Federal, a pesar de que en mayo de 1990, tras una campaña encabezada por el Grupo de los Cien, y respaldada por grupos ecologistas de Estados Unidos y de Europa, el gobierno de México declaró la veda total a la captura y la comercialización de la tortuga marina y sus productos en todo el país, ya que la piel de las aletas de la golfina terminaba en bolsos, botas y cinturones (léase León, Guanajuato), y el carey, de la especie de este nombre, en peinetas de geisha (léase Japón).
La matanza de tortuga marina no se ha limitado a México. La lista es bastante larga: Australia, Nicaragua, Bangladesh, Madagascar, Eritrea, Sri Lanka, Tailandia, Vietnam, Venezuela, Cuba, Egipto, Guatemala, Indonesia, y otros países. Además de comer su carne y huevos, se da a beber la sangre en un intento de contrarrestar la anemia, o se le extrae el aceite, por pensar que sirve para tratar problemas respiratorios en los niños. Hace poco menos de un mes se reportó en este mismo diario que en Playa San Valentín, Guerrero, hubo un saqueo de cien mil huevos de tortuga entre julio del 2004 y marzo del 2005. En esa misma playa, el año pasado se encontró un cementerio clandestino con 500 tortugas laúd y golfina asesinadas a machetazos y garrotazos por Los Nejos, una banda armada con AK-47. Respecto a la laúd, los últimos ejemplares fueron asesinados para quitarles el aceite (que se vende entre 100 y 200 pesos el litro). Este año no se ha avistado una sola.
Esta bárbara depredación, más la que provoca la pesca incidental de las flotas pesqueras en las costas del Océano Pacífico y en el Mar de Cortés, está acelerando la extinción venidera de una de las especies más antiguas del mundo. En el último cuarto de siglo la población de Laúd ha disminuido en un 95 por ciento y se estima que en el Pacífico Oriental mexicano no pasa ya de los 500 adultos. Esta tortuga majestuosa, la más grande de todas, que llega a pesar los 900 kilos, atraviesa los océanos para anidar de forma solitaria en las playas de Michoacán, Guerrero y Oaxaca, aunque también se le ha visto en Jalisco, Baja California Sur, Colima y Chiapas. El saqueo de sus huevos en las playas de anidación, su muerte incidental en la pesca por palangre y redes de enmalle y la destrucción de sus hábitats por desarrollos turísticos o industriales son las causas principales de su inminente, e injustificable, desaparición de las aguas del planeta.
En el Golfo de California, los seris, que habitan las costas desérticas del estado de Sonora y celebran en Isla Tiburón la Fiesta de la Tortuga de los Siete Filos (nombre que le dan a la laúd, relacionada a sus mitos de origen), han aprovechado la tortuga marina, en especial la verde, para comer y con fines medicinales, aunque para ellos la laúd tiene un significado especial, ya que creen que cada persona que muere en la comunidad se convierte en tortuga laúd.
¿Pero a qué se exponen quienes se alimentan de la tortuga marina y de sus huevos? Según estudios realizados por un equipo internacional de científicos encabezado por el doctor Wallace J. Nichols, del Blue Ocean Institute, en cooperación con el Grupo Tortuguero de las Californias, el consumo de carne y de huevos de tortuga marina puede resultar perjudicial para la salud humana, por la presencia en las tortugas de contaminantes, parásitos y bacterias. Quienes corren más riesgo son las mujeres y los niños, por ser más susceptibles a los efectos de metales pesados tales como el mercurio y el cadmio, y de los bifenilos policlorinados (BPC) que se acumulan en los tejidos de los quelonios.
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