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El mar es para los sentidos. Basta posar los pies en la orilla para sentir su inmensidad, que apela a cada uno de ellos desde el momento en que el oleaje rompe contra nuestra fina piel, con una relajante cadencia que recuerda a la de un buen masaje. Podemos verlo, el mar, contemplarlo, escuchar su voz, ahora ronca, ahora sedosa; tocarlo, el mar, acariciarlo mientras se cuela entre los dedos, degustar el salitre que reposa en los labios, aspirar sus aromas. Podemos disfrutar, sin apenas cansarnos, del placer que nos regala, que es, definitivamente, sensorial. A nuestros sentidos les hace falta el mar. El poeta chileno Pablo Neruda expresó, con su delicadeza característica, cómo lo necesitaba: "No sé si aprendo música o conciencia".
No todos podemos firmar la misma frase, pero el sentimiento sí es universal. Y el azul inmenso y profundo no solo relaja. Sus beneficios van desde soltar los nudos del estrés hasta aliviar algunos problemas de la piel. ¿Pero qué tiene el mar que nos atrapa? "Tiene la pureza del aire, el vaivén de las olas y su sonido relajante, la luminosidad del sol, que aumenta la producción endógena de endorfinas, el propio sol, con moderación, y el simple disfrute de unos días de descanso", responde la dermatóloga Anabel Cervera López, presidenta de la Sociedad Española de Mesoterapia Médica.
La psicóloga Violeta Alcocer aporta la razón definitiva por la que el mar se convierte en ese bálsamo infinito para nuestra mente. "La experiencia sensorial de la brisa marina y todos esos elementos mencionados calman nuestro sistema nervioso". Alcocer dice que, como animales que somos, dicho sistema está diseñado para que los estímulos sensoriales del entorno nos den información sobre el contexto en el que estamos, pero también sobre nosotros mismos. "Estar en la naturaleza es para nuestro organismo como unir una llave con una cerradura: toda esa información sensorial la recibimos con extraordinaria nitidez porque la naturaleza es realmente nuestro hábitat". Gracias a la estimulación que produce, conectamos con el exterior y con nosotros mismos.
"En la ciudad -argumenta la psicóloga- es más fácil desconectarnos de la experiencia física porque nuestro sistema nervioso vive la mayor parte de los estímulos como intrusos o irritantes, bloqueando la atención para que no estén tan presentes". En las grandes urbes llega un momento en el que dejamos de ser conscientes del ruido, de las luces e incluso de si tenemos sed, de si estamos cansados o nos duele algo. En el mar, sin embargo, se amplifican esas sensaciones y el efecto es muy beneficioso. "No solo tenemos conciencia de lo que sucede a nuestro alrededor, sino también de lo que nos ocurre a nosotros mismos".
"El mar tiene muchas voces", decía el escritor T.S. Eliot, y si no las has escuchado es porque para hacerlo se necesita, según Alcocer, acudir a él con curiosidad y mirada de principiante. "La mejor actitud es dejarse sorprender y estar abiertos a encontrar lo extraordinario dentro de lo ordinario. No es tan importante tener grandes planes como darnos la oportunidad de disfrutar de los momentos más sencillos, e incluso de dejarnos llevar por los imprevistos". Alcocer invita a una evasión que nada tiene que ver con otras sensaciones que caducan al instante. Puesto que el mar es para los sentidos, con ellos vamos a recordar, más que con la razón, cada experiencia en ese azul cambiante que parece transformarnos según el estado de ánimo del agua.
El hecho de estar de vacaciones facilita que podamos permitirnos observar y comprender nuestro mundo emocional, sin la urgencia de tener que hacer algo al respecto o intervenir para cambiar nada. "El mar predispone a una mejor gestión de las emociones", indica Alcocer. Quizá por eso "la gente ama el agua", como dice el biólogo marino y activista Wallace J Nichols en su libro Blue Mind. La proximidad del agua, según su trabajo de investigación en lugares como Baja California, mejora el rendimiento, aumenta la calma, disminuye la ansiedad e incluso aumenta el éxito profesional. "Estar cerca, dentro, debajo o sobre el agua puede hacerte más feliz, más sano, creativo y mejor en todo lo que haces".
Empeñado en esa unión estrecha entre la neurociencia y los océanos, Nichols propone que en el futuro la contemplación del mar y los seres marinos llegue a ser un método de relajación y una cura para enfermedades causadas por el estrés, que tiene una sombra alargada. En sus estudios se impone uno de los cinco sentidos como ganador implacable: la vista. Asegura que la visión inunda el cerebro con las hormonas del bienestar, como la dopamina y la oxitocina, y apaga los niveles de cortisol, la sustancia que se libera como respuesta al estrés. Por otra parte, el mar es capaz de cortar la rumiación de esos pensamientos negativos que vuelven una y otra vez de manera obsesiva.
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